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Conciencia de enfermedad y rol de enfermo

10/06/2021

En el proceso terapéutico de la persona hay varios componentes que lo integran y hay que ser consciente de ellos para establecer los criterios del locus de control y saber delimitar la responsabilidad que la propia persona tiene con respecto a lo que la sucede.

Es decir, el tratamiento terapéutico (psiquiátrico y psicológico) consta de una parte de trabajo multidisciplinar que llevan los profesionales de la salud, otra parte que depende del entorno de la persona y que puede ser un facilitador para la recuperación o puede constituir un contexto de tensión que interfiera en la recuperación de la persona, y por último está la parte fundamental del tratamiento que es lo que depende del individuo al 100% y que llamamos conciencia de problema.

La conciencia de enfermedad (insight)

La conciencia o consciencia viene del latín conscientia (propiedad del espíritu de reconocerse como sujeto de sus atributos). Es definida en general como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno. “Conscientia” significa literalmente “con conocimiento” (del latín: cum scientia).

Esta conciencia la constituye el insight que la persona sea capaz de hacer en el proceso terapéutico. Este insight es la introspección o inspección interna, el conocimiento que la persona tiene de sus propios estados mentales.

Se trata por tanto de la capacidad para reconocer la alteración o desajuste que está teniendo en su capacidad cognitiva y conductual a consecuencia de la desestabilización emocional motivada por diferentes causas o estresores. Por otro lado, es la capacidad para atribuir determinados síntomas a la alteración que está sufriendo tanto en el presente como en el pasado y/o el futuro. También implica la capacidad para detectar las consecuencias que le puede producir en la interacción social. Y, por último, la capacidad para reconocer la necesidad de un cambio en el tratamiento sobre lo que la está sucediendo.

El trabajar la conciencia de problema va a implicar una parte activa y de capacidad de control para la persona, lo que va a suponer la posibilidad de identificación y reconocimiento de lo que la está sucediendo y ello la va a llevar a tener la información necesaria para la comprensión de los síntomas, el manejo de estos y el aprendizaje para introducir los mecanismos de cambio a través de la conducta y la cognición. Evidentemente, esto va a requerir tiempo vinculado al inicio del proceso terapéutico que como bien indica la palabra, es un proceso temporal.

En un primer momento, se actúa en paliar la sintomatología que la persona tiene, que normalmente va vinculada a un desajuste emocional que hace desestabilizar los procesos cognitivos y conductuales con consecuencias desfavorables para la persona y su entorno, porque deja de ser funcional y efectiva en su día a día.

Una vez contenida la parte sintomatológica, se empieza a trabajar el verdadero insight y la motivación al cambio. En este punto empieza el verdadero esfuerzo que hay que realizar, y es un momento muy delicado ya que, como seres racionales que somos y por aprendizajes previos que nos hacen establecer comparativas, si vemos que hemos disminuido la sintomatología que nos hace sentirnos mal, podemos creer que ya estamos recuperados y volver a nuestro día a día, es decir, volver al punto anterior sin haber realizado ningún cambio interno y a medio plazo es muy posible que tengamos una recaída.

Esto tiene el peligro de entrar en la espiral de volver a recaer, ajustar el tratamiento solo en una parte del proceso sin llevar a cabo esta introspección y volver a obtener los mismos resultados pasado un tiempo, con el peligro de empezar a normalizar los síntomas y empezar a perder la perspectiva y confundir quien somos por cómo estamos. Aquí vamos asumiendo el rol de enfermo con el sentimiento de incapacidad y la necesidad de ayuda externa para poder sentirme mejor y porque se genera el sentimiento de necesidad/necesitar.

El rol de enfermo

Esto nos puede llevar a lo que llamamos la ganancia secundaria de la enfermedad, y se produce cuando la persona externaliza la responsabilidad de su recuperación en los fármacos o en los demás ante la visión de su propia incapacidad. Esto puede suceder por varios motivos o porque hay una resistencia al cambio por un insight inaccesible, persistente y resistente al cambio o porque se justifica el malestar por la enfermedad, y pese al malestar que puede producir, el esfuerzo que hay que hacer para generar el cambio necesario para la recuperación es alto y la persona se puede autoengañar o acomodar para no sufrir ese esfuerzo y lo trata de justificar como sea para no dar ese paso, ya que el aprendizaje que está obteniendo le está reforzando y eximiendo de responsabilidad.

De esta manera se van construyendo actitudes derrotistas, de resignación o incluso victimistas que anclan a la persona a su malestar sin posibilidad de recuperación. Es por ello que en los avances en salud mental se habla de trastorno y se haya corregido el término enfermedad.

Cuando la persona llega a este punto, donde la propia enfermedad se ha convertido en prácticamente parte de su identidad es donde muchas personas caen en términos enjuiciosos, críticas y ataques: «se hace la víctima», «está mal porque quiere», «lo hace para manipular», entre otras frases dichas por el grueso de la población e incluso en ocasiones por los propios profesionales. pero ¿alguien puede querer elegir voluntariamente sufrir?

Tras estas premisas se esconde mucho más, lejos de intentar justificar la patología, es necesario tenerlo en cuenta para alcanzar un proceso de crecimiento. Ya no solo analizas el grueso de la población, si no también aquellos casos acusados de acomodarse en el propio rol de enfermo los que sufren el propio juicio de la etiqueta. En muchas ocasiones son presos de sus propias etiquetas «todo el mundo me ve como un enfermo, llevo mucho tiempo de mi vida siendo enfermo y solo ven de mí que estoy enfermo».

En varias ocasiones nos encontramos en la clínica personas que, o se esconden de sus miedos detrás de las etiquetas, o son prisioneras de sus etiquetas. En muchas ocasiones incluso envueltos en el sentimiento de culpa de ser enfermos y no «querer» o poder salir de dicha etiqueta.

Es en este momento donde la salud mental tiene que cambiar la pregunta de ¿por qué no cambias? a ¿qué te da miedo, si sigues avanzando?

Esta pregunta abre un sinfín de respuestas enfocadas en numerosas ocasiones a la solución real del problema, no son pocas las repuestas que hablan del tema identitario (“si no soy el deprimido, ¿quién soy?”) o factores motivacionales (“¿qué hago con mi vida fuera de la enfermedad?”) o defensivos («yo realmente no valgo para nada, prefiero no poder por tener una enfermedad que por descubrir que realmente soy inútil»), o incluso beneficios a terceros (“si yo dejo de dar problemas en casa, mis padres acabaran dándose cuenta de los problemas entre ellos y se separarán»).

En numerosas ocasiones nos quedamos en la superficialidad del ser instaurado en el malestar que, si bien no justifica, también es necesario analizar el motivo, la fuerza que hace que una persona se mantenga en el malestar y en la etiqueta.

Vemos los beneficios secundarios de la enfermedad en numerosas ocasiones como traducidos de vaguería o comodidad, estigmatizando y perpetuando este rol de enfermo tan criticado. Pero muchas veces, cambiar la pregunta puede hacer que una persona vuelva a coger las riendas de su propia identidad volcando la ayuda en el problema que realmente le atañe, ¿en qué estarías pensando si no estuvieras pensando en el problema?

autor-psico

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