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Trastorno distímico: ¿En qué se diferencia de la depresión?

18/02/2021

Tanto el episodio depresivo mayor (eso que en la población general llamamos depresión), como la distimia, son dos patologías psíquicas que entran dentro del espectro de lo que denominamos en Psiquiatría y en Psicología Trastornos afectivos, o lo que es lo mismo, Trastornos del estado de ánimo.

En general, este tipo de trastornos son relativamente frecuentes en la sociedad, y no siempre tienen por qué estar relacionados con acontecimientos adversos en nuestras vidas. Por este motivo, los pacientes que sufren este tipo de patologías en ocasiones se sienten incomprendidos por el entorno que les rodea y en general por la sociedad, pues ni siquiera ellos mismos saben por qué, pero se sienten tristes, apagados, desmotivados, y a veces desesperanzados.

A menudo escuchamos en nuestras consultas cómo los pacientes se lamentan de que sus amigos, familiares, etc. les dicen con la mejor de sus intenciones: “eso se cura saliendo más, yéndote de viaje, haciendo planes con amigos, etc.”, llegando a sentirse culpables porque no son capaces de salir de esta situación por sí solos. Pero la realidad es que ellos solos la mayoría de los casos no pueden superar su estado depresivo, necesitan de una ayuda psicoterapéutica y/o farmacológica para hacerlo, pues en gran medida ellos no son responsables de lo que les pasa.

Para poder entender este tipo de patologías, lo primero que debemos de hacer es aclarar bien los términos, pues muchas veces de forma coloquial nos referimos a este tipo de trastornos con palabras que cogemos de tal libro, o de tal medio, o de tal comentario que hemos escuchado a terceros, pero realmente no sabemos a lo que nos estamos refiriendo. Y de eso es de lo que va este artículo, de informar acerca de la diferencia de dos entidades que cada vez escuchamos más porque, lamentablemente, cada vez son más frecuentes, o al menos más populares.

Según las clasificaciones internacionales, un episodio depresivo mayor se trataría de un estado mental que dura al menos dos semanas y que consiste en que prácticamente todos los días la persona se siente profundamente triste, con sentimientos de vacío, con pensamientos pesimistas o negativos en cuanto al futuro, no está motivada por hacer cosas que antes le agradaban, no es capaz de disfrutar del entorno, se siente culpable por lo que le pasa, y tiene la autoestima como vulgarmente se dice “por los suelos”.

Estos síntomas anímicos puros se pueden acompañar de otros más fisiológicos como una pérdida de apetito que se traduce en una consecuente pérdida de peso, o todo lo contrario, la persona puede tener la sensación de que tiene más ansiedad por la comida. Con el sueño ocurre lo mismo, hay personas que cuando están deprimidas tienen insomnio (sobre todo es frecuente el despertar precoz a primerísima hora de la mañana), o les da por pasar la mayor parte del día durmiendo.

También se ven mermadas determinadas capacidades cognitivas, lo que se traduce en una falta de concentración y en una disminución de la capacidad de atención (es frecuente por ejemplo que los pacientes se quejen de que no pueden seguir el hilo de una película, o que son incapaces de leer una novela…) o en déficits de memoria sobre todo a corto plazo, en forma de despistes como no acordarse de dónde se han dejado las cosas.

Y, por último, en un estado depresivo son relativamente frecuentes las ideas de suicidio, las cuales pueden ser más o menos estructuradas, lo que suele requerir por regla general un ingreso del paciente en una unidad de psiquiatría, de cara a contener estos impulsos.

El trastorno distímico es un cuadro similar al episodio depresivo mayor, pero por lo general menos intenso y más prolongado en el tiempo. El paciente tiene la sensación de que desde muy joven o siendo niño incluso, ha estado toda la vida deprimido.

Si bien un episodio depresivo mayor es un cuadro limitado en el tiempo, que no duraría más de 6–9 meses aproximadamente sin tratamiento, el trastorno distímico por definición perdura más allá de al menos dos años.

Los síntomas son similares, pero con los siguientes matices: la persona, además de sentirse melancólica la mayor parte del tiempo, tiene más sensación de desadaptación del entorno, se siente aislada socialmente y poco comprendida. Por otra parte, puede tener momentos o épocas de irritabilidad emocional (de hecho, el término distimia deriva del griego y significa “humor anormal”) y suele experimentar también una pérdida de interés por el entorno, una sensación de fatiga crónica y una falta de productividad en su vida cotidiana.

Es relativamente frecuente que entre los pacientes con trastorno distímico haya más comorbilidad con otro tipo de trastornos, como el abuso de sustancias (por ejemplo, de benzodiacepinas, que son fármacos pautados para la ansiedad), el trastorno de ansiedad propiamente dicho, o algunos trastornos de la personalidad.

Sin profundizar en el abordaje terapéutico de los trastornos del estado de ánimo, el cual requiere en la mayoría de los casos de un tratamiento farmacológico y de un abordaje psicoterapéutico, cabe señalar que en el caso concreto de los pacientes con distimia es aún más importante la psicoterapia.

Hay que intentar sobre todo que el paciente aprenda a convivir con este diagnóstico, intentando motivarle para que, en la medida de lo posible, fomente un cambio de hábitos que pudieran estar perpetuando sus síntomas. Sobre todo, es necesario evitar caer, tanto paciente como terapeuta, en la sensación mutua, al fin y al cabo humana, y muchas veces retroalimentada, de que se trata de “casos perdidos” con los que se hace difícil avanzar porque la enfermedad les ha hecho instalarse en o habituarse a su malestar.

autor-psiquia

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